Filosofía, política, literatura.

martes, 29 de mayo de 2012

Allí fue, entre rock y cerveza


[...]Ellos siempre ganaban. Éramos jugadores de una partida de ajedrez en la que el rival iba siempre un movimiento por delante.
Cámaras, satélites, policía y agencias secretas que vigilaban todo lo que pudiera escapar a su control. Era lo que nosotros pretendíamos, escapar.
Resistencia diluida en nuestra evasión, esa que siempre acompañó a los grandes luchadores de antaño, que extenuados ahogaban sus penas en cualquier droga que les guiñase un ojo.
Era bien sabido que nos colocábamos gracias a los mismos que nos prohibían hacerlo; gran negocio hipócrita el suyo. Aún así lo necesitábamos, y en ese bar que doblaba la esquina del callejón era donde solíamos ir a olvidarnos del caos en el que estábamos sumergidos. El mismo lugar donde encontré otra droga mucho más adictiva que la que solía fumar.

[...]Le gusta mirar al suelo cuando pasa por delante, y que yo me coma la cabeza preguntándome por qué no se para. Prefiere rozarme el brazo con sus dedos cuando nos cruzamos, que abrazarme y oler mi colonia; ella también es débil. Recuerda mi aroma, aunque reniegue de él, como yo recuerdo su manera de morderme ambos labios mientras me alejaba de los suyos.
Se llamaba Amanda, costaba encontrar la ternura escondida tras sus rosadas mejillas, y bajo ese caparazón de rebeldía e indiferencia. Me llegaba por los ojos cuando se subía en sus tacones. 

domingo, 27 de mayo de 2012

Un nombre de pila

Te dejé. Te dije. Puedes llamarme como quieras, pero solamente tú. Y me bautizaste como desvísteme.
Llevo la eternidad sin pestañear hacia tus labios, esperando que me pronuncies.

sábado, 26 de mayo de 2012

¿Qué título quieres que le ponga?


Cómo quieres que luche. Con qué fuerzas. Con qué aliento.
Me lo robaste de la boca, como quien roba el pan para comer; había veneno en tu lengua. Veneno que ya fluye libre mezclado con mi sangre. Muérdeme con tu odio en el cuello y vacíame. Déjame sin nada.
Aún recuerdo mis dedos desfilando por tu cadera, como niños correteando por la hierba del parque.
Y aquel oigo tu latir, que me daba un alivio cuando pensaba que se había parado. Que mi corazón no iba a dar más guerra, si se helaba cuando me susurrabas al oído que te agarrase más fuerte.
Quizás mi mayor error fue no decirte que te quería. Aunque creo que le atribuí la capacidad de hablar a mis ojos. ¿No los escuchabas? Tal vez no hablábamos el mismo idioma. Y eso no tiene remedio. Apunta mi teléfono en una servilleta de bar, de esas que valen para todo menos para limpiar, igual que yo sirvo para dar la cara por todos menos por mi mismo.
A veces los actos irracionales traen mejores consecuencias que los lógicos. Es lo último que te queda de mi. Y a mi, solo el consuelo de que ni tú eres tan buena, ni yo soy tan malo.

lunes, 7 de mayo de 2012

Tú contra el kamikaze

Cada cual juega sus cartas, lo mejor que puede, lo mejor que sabe.

Diamantes, picas, tréboles o corazones. Decántate o te despluman. El crupier no perdona, y cuando quema la carta que le falta a tu mano, ya solo te queda el farol. Es el momento en el que dependes del rival que se esconde, frente a ti, tras unas gafas negras. Se acabó tu tiempo, habla o muere; duda o no pestañees; sonríe, o vuélvele loco. Nada importa ya, es tu vileza contra su ingenuidad, tu atrevimiento contra su serenidad.


Y el tipo de gafas negras ya no tiene nada que perder, salvo el orgullo.